martes, 28 de septiembre de 2010

Leyendo mis fotos

FERIA DEL LIBRO 2010

Leer es crecer, es expresar un sentimiento. Una marca, una huella en el camino. Es apropiarse de un libro, de sus letras y recorrer su historia, su forma, su color, su aroma. El encuentro con la voz interna. La escucha del mundo girando en la línea de la inspiración, de la razón, que da paso al decir y a la magia de sentir.

Leer en distintos espacios nos permite pensar otro modo de compartir aquello que nos lleva a imaginar, soñar, pensar, contar. Volar hacia nuestro interior, buscando el sentido de nuestro ser/estar en el mundo.

(…) “El habla interior es el vehículo de nuestra identidad y permite la continuidad del yo en la vida cotidiana y de un lenguaje externo, social, que es la manifestación del pensamiento en palabras. (…)” Vigotsky (1995

Vanina Ruscitti – Jesica Poncio 2º Nivel Inicial.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Leyendo mis fotos......




Leyendo mis fotos


Para comenzar quisiera ser sincera y confesar, que no me sentía capaz de poder prestar mi voz a las personas que se encontraban en la feria el día en que concurri. Para mi asombro eso no sucedió, por el contrario pude leer, y fue muy gratificante.

No se como explicar las sensaciones que vivencié mientras leía, pero creo que, si hay algo que se puede aproximar a la descripción de esas sensaciones, sería la frase: “sentí la lectura en todo mi cuerpo”, pensándolo bien, no se si esa frase puede dar cuenta de todo lo que “me paso” al leer.

Entonces me pregunto, cómo lograr compartir con ustedes, re-vivenciar ese momento, y llego a la conclusión de que no existen palabras para contarlo, o al menos hoy no las encuentro, porque creo que leer es eso, es que te pasen cosas indescriptibles e irrepetibles, ya que estoy segura de que si hoy repitiera esta experiencia, no sentiría lo mismo, porque no soy la misma, porque “mute”, la lectura me ha trasformado.
















Maria Laura Valenzuela (2°año N:Primario)


Leyendo mis fotos….
Historia de amor entre libros.

Quise soñar un rato, verme envuelta en tu suave papel, sentir tu olor particular que desde lejos tenés y que se que existís. Solo con buscarte un segundo, te encontré. Allí estabas, por detrás como varios como tu. ¡Pero no te enojes!, vos sos el único que puede saciar mi deseo.
Palabras por palabras te fui leyendo, poco, lo reconozco, pero no tenía demasiado tiempo para dedicarte.
Quise que fueras mió, imposible…, solo tenía en mis bolsillos algunas monedas y pelusas.
Nada pude hacer, solo contemplarte desde lejos una y otra vez.
El tiempo se acorta y tengo que volver a casa. Quería soñar un rato y lo pude hacer junto a vos, una experiencia inolvidable, con vos y junto a tus amigos, mucha gente caminando y compartiendo, chicos riendo, jugando y otros llorando por no entender algo que lo llamaban bicho, koala y más nombres que no vienen al caso, todo sin saber que era una pobre e indefensa serpiente emplumada.

Fue todo muy lindo e inolvidable, espero poder verte dentro un año, o tal vez, quizás en alguna vidriera, en alguna estantería, en algún lado donde por fin puedas ser mío.

CECILIA A. CALEGARI.
2do año nivel primario.

LA LEYENDA DE LA SERPIENTE EMPLUMADA. CULTURA AZTECA

Fomentamos cultura y ella nos invadió, ¿quién dijo que la cultura no llama?

Cuando el arte se muestra, nadie puede resistirse a mirar, a convidar, a saborear todo su esplendor, se agudizan los sentidos y es inevitable ser atrapado.
Esto sucedió en agosto, Quetzalcoalt recorrió la feria de Santo Tomé en el 2010.




















Cyntia y Emilia



Consigna:Leyendo mis fotos

Recordar: del latin re-cordis volver a pasar por el corazón

Viajá …. ingresá a los recuerdos …. cazá furtivamente las presencias…las formas… los objetos… las sensaciones….. No necesitas sellar tu palabra… necesitas tiempo y un lápiz…. Tenés el tiempo… tomá el lapiz……deja volar la imaginación….

Pedí prestado segmentos del universo…. Escribí tus propios segmentos….. mirá como si tus ojos fueran una cámara de fotos…. Dispará…. escoge lo que desees volver a ver……

Tomá apuntes de los recuerdos que recuperes… relee esos apuntes e intentá darle forma desde la palabra….. y por que no desde la imagen…..
a esa escena que deseas compartir…… y guardar en tus recuerdos….
EL HUEVO FRITO ASESINO.

Flotaba en el néctar maicero
cambiando su fisonomía,
vestido de amarillo y blanco
a cada segundo rugía.

Su centro era casi perfecto,
cual astro redondo lucía,
a punto de endurecerse
¡apaguen el fuego!, pedía.

Descansaba en un plato azulado
la frescura enlozada sentía,
y la fina y corrediza sal
como nieve en invierno caía.

De a fragmentos se fue deshaciendo
con el filo de la guillotina,
y el tridente pinchaba su cuerpo
que al segundo en la boca yacía.

Desplazábase por el conducto
al encuentro del hígado iba,
inundado en ira volaba
con su capa de aceite venía.

La lucha fue corta y precisa
el órgano, se defendía
pero el huevo sagaz y ligero
le aplicó la patada asesina.

¡Victoria, victoria, victoria!
a coros los gritos se oían,
una sola duda quedaba
¿cómo pudo un pedazo de célula
vencer a tamaño gigante
si ni siquiera tenía guantes?

La clave no estaba en los puños
otro secreto había,
al triunfo lo obtuvo enseguida
pues botines de fútbol tenía.


Arnaldo Arias
2006
EN CUERPO EXTRAÑO
Arnaldo Arias


El cirujano hundió lo que parecía ser un bisturí en la humanidad de aquel, quien indefenso y postrado en una fría camilla, yacía en sus fauces de látex. Contínuo e incesante se podía escuchar el goteo de la sangre caer, desde el lecho hasta el suelo granítico, cual canilla de plaza de ciudad a la que parecieran haber abandonado los municipales. ¡Ese ruido era torturante!

Tres estantes de madera, tenía el aparador color crema que se encontraba en un rincón. Sobre ellos había frascos de vidrio con tapas metálicas a rosca, en cuyos interiores se podía encontrar órganos humanos de todo tipo: ojos, orejas, manos completas, narices, dentaduras, etc. Parecía un taller mecánico de humanos, digno del doctor Frankestein. En la parte inferior del aparador en cuestión, dos puertitas, también de madera, ocultaban seguramente algo igual de espeluznante y aterrador.

El delantal blanco, con lunares y manchas rojas, del doctor, sumado al entramado de azulejos de igual color que revestían las paredes del local, daban a la escena un aspecto “carniceril”, poco agradable a la vista de los impresionables. Lúgubre y solitario, húmedo y frío. La sinestesia me invadía mientras observaba por el ojo de la cerradura de aquella puerta de varios colores el ir y venir sin piedad del cortante, cómplice del desguace silencioso que la nocturnidad permitía apreciar.

La intriga y el miedo se apoderaron de mí. La intriga, por no saber a quien pertenecía aquel cuerpo que yacía horizontalmente, por no ver la cara oculta detrás de aquel barbijo de ese discípulo de “Hannibal Lecter”. La incertidumbre por no saber que hacía yo ahí. Y el miedo, por inferirlo. Muchas dudas, muchas preguntas, ninguna respuesta. La curiosidad era inmensa cual Diotima inquiriendo a Sócrates acerca del amor en el “banquete” de Platón. Me asomé una vez más por el ojo de la cerradura, y decidí entrar.

Accioné el picaporte de la puerta con mi mano izquierda ensangrentada y la sensación fue desagradable. Lentamente abrí la puerta, y a gachas, ingresé con sigilo. La diferencia de temperatura era notable. ¡Esta vez el frío era real! Mi campo visual se amplió y el cuadro quedó completo. Dos cuerpos más en sendas camillas aguardaban su turno, inmóviles, sin el menor sentimiento de tristeza por lo que les esperaba. En el sector opuesto a éstos había una mesa con material quirúrgico, y otras herramientas no convencionales para ablaciones, de dudosa esterilización. Y en el centro, ellos. Uno, vivo; el otro, no tanto. Uno, decidido; el otro, sin libertad de acción. Uno, bien despierto; el otro, dormido, como si estuviera en un estado de sueño profundo e interminable, del cual jamás fuera a despertar.

Avancé agazapado, procurando no hacer ruido, para llegar con sorpresa hasta las diminutas espaldas de aquel “ángel de la muerte”. Mi paso no era firme, más bien resbaladizo, debido a la sangre sobre la que pisaban mis desnudos pies. Otra vez mi cuerpo percibía esa confusa mixtura de sensaciones. Olores, sabores, imágenes, que bien podrían haber sido tomadas de algún canto de la obra de Dante, de aquella mina de azufre que Virgilio mostrara al poeta. Evidentemente, Dios no estaba allí.


Seguí avanzando. Mi mirada se fugaba en un punto. La nuca del “doc” parecía observarme inquisidoramente, como si en ella hubiese un par de ojos extra subrayados por el ecuador que dibujaba la banda de sujeción del barbijo. Me detuve, cual mula se detiene en el monte y, petrificado, como el árbol de los arrayanes, al que el tiempo le ha modificado la cadena carbonaria, revisé mi estrategia.

¿Cómo resolver el problema? ¿Cómo cuestionar y condenar lo que no puedo comprender? ¿Qué rol tiene uno y, qué papel cumple el otro en su metamorfosis involuntaria? Y, además, qué hacía yo, espectador de lujo (si es que los hay), en ese escenario con reminiscencia a tragedia griega.

Me erguí por completo y comprobé que superaba en estatura al “doctor cuchillo”. El brillo de la metálica camilla, producto del reflejo de la luz cenital, le daba un aura celestial a este y su “Lázaro”. Los dos cuerpos a mi derecha parecían alentarme a retomar el camino iniciado, y a no desviar mi rumbo. Sus más fervientes deseos parecían ser los de recuperar algo que les pertenecían ser los de recuperar algo que les pertenecía, y que ahora no estaba en ellos. Asentí con la cabeza como si tuviese una deuda con ellos, haciendo mía su causa, reconociendo algún pasado próximo en común, en el que alguien se había apropiado de algo nuestro.

Decidido a resolver la incógnita me lancé al galope para darle la estocada inicial (y final) a ese ser que no merecía ser. Ya en carrera y sin elección, tomé de la mesa de las herramientas, un martillo para equilibrar fuerzas y rematar con éxito esta operación, que ni el propio Rommel hubiera podido mejorar. Atrás habían quedado los miedos por lo desconocido. Había llegado el momento de descubrir al autor material de esta extraña forma de exploración humana. Y en eso me encontraba yo. En esa aventura que en mi mente parecía una odisea, interminable, incierta, sin retorno. Buscando lo desconocido, intentando poner luz en la opacidad de una morgue que parecía no admitir nuevos colores.

Empuñando el martillo con la mano derecha, alargué el tranco. Conforme avanzaba se me aceleraba el pulso y la adrenalina estaba en sus niveles más altos. El caudal de sangre que bombeaba mi corazón se incrementó considerablemente al punto de sentir su dulzor en mis labios. Intentaba abrir bien los ojos para no perder de vista mi objetivo, pero un entramado de hilos de sangre se tejía delante de ellos.

Me acercaba y, el momento de hacer justicia se aproximaba. Mi mano, acompañada del martillo, lanzósele contra la humanidad del blanco ser, muriendo apenas en la intención de golpearlo.

Un giro de ciento ochenta grados cambió la realidad y nos puso frente a frente. Aquel barbijo de pulcra apariencia ocultaba unos labios que, sólo en las revistas semanales se ven. Ensangrentado y, a la vez húmedo, el trapo no permitía ver una hermosura que en mi imaginación hacía mella. Sus ojos redondos cual febo de los atardeceres, semi contorneados por sendas pestañas arqueadas, me hacían inferir que la masculinidad estaba ausente ahí, donde creí encontrar lo que buscaba.

¡Se asustó y retrocedió bruscamente!, hasta dar con sus espaldas contra la vitrina crema, provocando el movimiento de ésta y de los órganos enfrascados que parecían cobrar vida. Nos observaron. Nos olfatearon. Nos escucharon. Pero, nada dijeron.

Una incógnita develé, más no la otra. Hacia allí fui.
¡Pavor por creer quién es! ¡Temor por saber quién es! ¡Angustia por ambas! Al ver aquel cuerpo boca arriba, mirando la lámpara que nada calentaba, llorar, gritar, o ambas, fueron mis primeras sensaciones. Llevé lentamente las manos a mi cara y, al retirarlas, ví que mis lágrimas se mezclaban con mi sangre. Y sin poder pronunciar palabra alguna, me ví allí. Pero ese, ese no era yo.


Abril de 2010

Otoño


OTOÑO

Arnaldo Arias

La fuerza centrípeta formaba un remolino cuyo centro parecía un agujero negro del espacio. El soluto y el solvente buscaban homogeneidad con cada vuelta, con cada giro, que aquel remo metálico, cóncavo y convexo a la vez, provocaba incesantemente.

Sentado en mi jardín frente al sol del norte, veía mis párpados rojos por dentro mientras sorbo a sorbo, ingería aquella oscura y espesa infusión etiopí. Abrí los ojos y la candela me cegó bebí una vez más y me recosté oscureciendo mi vista.

Una suelta de palomas cual globos en un evento artístico de considerable importancia interrumpió, paradójicamente, la paz que reinaba. El silbato de mi vecino, el colombófilo Defacio, las guiaba en su recorrido circular, mientras que, las hojas perennes que resisten al paso del tiempo, se mareaban al verlas pasar en formación, cual caballo es adiestrado por su maestro equitador.

La música era tenue. "Nunca me dejes caer", rezaba el coro de Depeche Mode mientras giraba en la compactera de tres bandejas que siempre estaba llena. "Nunca me dejes caer", como un ruego lanzado al aire para que Morfeo se apiadara de mí. "Nunca me dejes caer", como si Dave y yo suplicásemos seguir contemplando aquel teatro que la naturaleza había puesto a mi disposición, aquel carrusel que eclipsaba con cada giro. "Nunca me dejes caer"... y me caí.

Con un salto hacia el frente el bailarín abrió la función. Sus piernas en ángulo llano indicaban el camino, mientras que sus brazos, perpendiculares a éstas, mantenían el equilibrio. Una decena de bailarines copiaba su movimiento cortando por la diagonal al escenario, avanzando con cada paso e intercalándose simultáneamente con la decena de la diagonal contraria. Todos varones ellos, fundíanse con el sexo opuesto para formar las parejas que el cupido, detrás del telón, les había asignado. Los trajes blancos y elastizados, que contorneaban sus figuras, adoptaban los colores terrosos, que los soles artificiales desde lo alto dirigían hacia ellos. Las cortinas borravino y grancé, plegadas a ambos lados del escenario permitían el ir y venir de bailarines, como las aves que revolotean en una jaula cambian de palo, denotando una profundidad visual que atrapaba al espectador.

¡Una vuelta más!
Los David de Miguel Ángel se deslizaban sobre el parquet junto con sus bellas doncellas quienes, desprovistas de la pomposidad barroca flotaban cual astronauta en el espacio. Observados con atención por un público que en silencio se deleitaba con cada movimiento, decían sin hablar, contaban sin narrar, transportaban en un carruaje imaginario a una época opulenta, exagerada. Una época de zapatos charolados y medias blancas, de grandes sombreros y puños volados, de rostros empolvados y cuerpos encorsetados. Un tiempo lejano que, al decir de las miradas, parecía regresar.

¡Una vuelta más!
La andrómeda humana era conducida por la orquesta en la que el primer violín era la figura. Un stradivarius de excelsa fabricación que se decía y desdecía al compás del arco que besaba las cuerdas. Mezcla de soledad y tristeza, transmitía sensaciones que provocaban el desprendimiento de una lágrima desde las gradas, al tiempo que era observado con atención por los demás instrumentos. Insistía con su agudeza, mientras las parejas, arriba, se aprestaban para al final del acto.

¡Una vuelta más!
Pedían con sus miradas quienes sentados disfrutaban de la función. Una vuelta más a la calesita de sensaciones.

El círculo cromático me engañaba. El fondo rojizo se tornaba celeste el tiempo que los bailarines, difuminados por una intensa luz de fondo, se confundían con ángeles celestiales cuya aura iba en aumento.

A medida que el telón se levantaba, la luz se intensificaba y el acto parecía llegar a su fin, al tiempo que los cuerpos, seguían con su rutina sin importarles siquiera esa paradoja teatral.

¡Una vuelta más!, parecían pedir. ¡Una vuelta más!, parecían querer dar. El paño ondulado los desafiaba en un subir y bajar intermitente que intensificaba su frecuencia.
¡Por fin el telón se izó por completo y la luz, fue insoportablemente molesta!

Todo celeste lo ví. El sol que miraba hacia el oeste y que aun entibiaba la tranquila siesta era opacado por la bandada de palomas que por enésima vez, atada a un radio, describía un círculo casi perfecto. En su vuelo iban cambiando de posición unas con otras haciendo suyas las tres dimensiones. Tan real era la imagen como tan vivo aquel ballet, que la confusión me embargó por completo.

Me incorporé y caminé hacia dentro de la casa con la taza de café a medio beber. A medida que me adentraba, la intensidad de la música, que provenía desde su interior se acrecentaba. Entré. Una vez más el dulce y triste hilo musical me dejaba con la duda. Pero esta vez, esta vez, era real.

Como un zonámbulo en medio de la noche, el sonido me conducía hacia su fuente. Agudicé la vista para reparar en el display que acusaba el giro de un disco. Me acerqué y, ví el violín, y ví a los bailarines, y ví el escenario, y ví el público, y nuevamente, ví el violín.

¡Pista número 4!
¡El invierno, había llegado!


Junio de 2010